Una historia que nos enseña la importancia de perseverar

LEGO: cuando una simple pieza une generaciones

Cuatro figuras de LEGO en escena colaborativa que simbolizan a jóvenes emprendedores, con el logo de La EJE en blanco en la esquina inferior derecha.

Desde que mi hijo era pequeño, los LEGO han sido parte de nuestro día a día. Le han acompañado durante años y, para ser sincera, también a mí.

De hecho, muchos de los Lego con los que jugaba en su infancia fueron míos cuando era niña. Ver cómo se mezclan piezas antiguas con las nuevas es casi como volver a la infancia, pero también es una prueba de algo más profundo:

Hay juegos —ideas— que resisten el paso del tiempo porque conectan con algo esencial.

LEGO no es solo una marca. Es un nombre que evoca creatividad, imaginación, paciencia, constancia. Una innovación simple, pero poderosa, que ha resistido décadas y ha unido a generaciones enteras alrededor del mundo.

Su historia comienza en Dinamarca, en 1932, cuando Ole Kirk Christiansen, un carpintero que había perdido su taller en un incendio, empezó a fabricar juguetes de madera.
Años después apostaron por el plástico, una decisión arriesgada. Al principio, los bloques no encajaban bien, pero insistieron, rediseñaron… y no dejaron de creer.

Hoy se estima que existen más de 400.000 millones de piezas LEGO en el mundo.
O lo que es lo mismo: unas 80 por cada persona del planeta.
¿No es increíble?

En La EJE no enseñamos a crear productos ni a lanzar empresas.
Al menos, no como objetivo principal.

Lo que trabajamos es la actitud, el espíritu crítico, las ganas de aprender.
Porque creemos que las grandes cosas, como LEGO, se construyen pieza a pieza. Con tiempo, con esfuerzo y con pasión.

LEGO nos recuerda que no siempre hace falta una gran idea revolucionaria.
A veces, una idea sencilla, bien construida y llena de propósito, puede convertirse en algo enorme.

Y lo mejor de todo es que cada persona, como cada pieza, puede encajar en su propio proyecto.

Solo hay que empezar.

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